Pasaron ya seis años de la cobardía en helicóptero. Seis años del derrumbe de la moneda. De los saqueos indiscriminados y la represión policial. Seis años en que las bandas internacionales se olvidaron de nuestro país acusando amnesia temporal. El costo de un show en inglés no fue negocio para las productoras y personalidades del medio como Daniel Grinbank, incrementando en consecuencia el consumo de la cumbia, reggae y rock nacional. El movimiento conocido como rock barrial fue el pilar de una Argentina que daba sus primeros pasos en el siglo XXI.
Año 2007 y la realidad es distinta. Habiendo recibido bandas de importancia histórica como U2, The Rolling Stones, Aerosmith, Roger Waters, Björk, entre otros, la clase media y alta porteña ha encontrado en estos ámbitos, una suerte de refugio musical. El festival Yeah! no fue la excepción.
Con sede en la cancha de Vélez Sarsfield, tres bandas de importancia internacional escalonada, dieron cita a un público en general muy variado y a la vez uniforme. Starsailor y Travis, dos bandas británicas actuaron de teloneros para The Killers, banda de dance-rock oriunda de Las Vegas.
Entrando al campo, por la puerta de la esquina oeste de la cancha, comenzás a sentir lo que se repetiría el resto de la noche. Demasiado espacio entre persona y persona. Volumen bajo, a punto tal de no tener que esforzar la voz para hablar con tu amigo más cercano. Más allá de lo musical, el evento en sí caracterizó a la nueva audiencia clase media post menemista. Una marea de empresas textiles cool desfiló al compás de la banda de turno. Las zapatillas All stars, jeans Levi’s y demás ropa de marca sponsoreó al público, que al ritmo de la música bailó y cantó los temas en un inglés de colegio privado bilingüe. Las mujeres parecieron confundir un recital de estadio con una noche de sábado en un bar de Palermogólico. Demasiados zapatos con taco y vestidos de shopping de Recoleta. Parejas abrazadas, mirando muy cómodos un espectáculo, que podría haber ideado Tinelli para promover el consumismo indiscriminado. Aún más, grupos de padres con hijos pre-adolescentes, que calificaban más para ver un espectáculo de vacaciones de invierno que un recital de rock.
Cerca del escenario, el espacio para bailar disminuye, el aire corre en menor medida y los olores son varios y contrapuestos. Allí sí que se asemeja a lo que realmente es un recital por definición, made in Argentina. El ida y vuelta de la masa humana, donde los pies cuelgan en el aire, pero aún así te mantenés en pie. El “levantame por favor, que no puedo respirar” tan característico de la mujer/heroína del espectáculo rockero argentino, que avanza hacia el escenario, hasta que la física misma se lo prohíbe. Remeras de Iron Maiden, con un Eddie desconcertado, sin entender porqué los hombres a su alrededor no usan pelo largo, hierro en la cara y cuero en el cuerpo. La cercanía a las luces sube la temperatura, el calor humano la eleva aún más. Pero ya no interesa, porque no puedo mirar hacia atrás y ver la poca cantidad de personas paradas. Ni la gente hablando, gesticulando y riendo, cuando deberían estar escuchando música. Ya estoy dentro del espectáculo que deseaba ver, y soy inmune a lo que suceda 20 metros atrás. Hasta que un chico de no más de 19, pelo rubio semi-albino, ojos claros y raya al costado me toca el hombro. Al darme vuelta lo primero que noto es que tiene puesta una camisa Polo, adentro de un pantalón de vestir. La imagen me parece shokeante, sobre todo porque estamos a menos de 5 metros del escenario y él pertenece al grupo de personas que mira el espectáculo apoyado contra la torre de sonido, fumando un Lucky Strike, mientras toma agua mineral. Pero nada me preparó para la pregunta que salió de su boca…
-¿Dónde compraste esa remera?-
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